Yo solo tengo que sentarme y esperar a que la pifies.

Norbi, después de pedir una tirada de suerte.

Las figuras de cristal no parecía que fuesen a molestar. El grupo las había atraído hasta una hoguera improvisada para apartarlas del paso y algunos miembros aprovecharon para recoger esos cristales brillantes de la piscina. Tenían pinta de ser valiosos y Ulfgar lo confirmó con un simple vistazo. Se decidió que 3 personas se quedarían recogiendo cristales hasta que el grupo volviese de investigar el resto de la mazmorra. Aún podían encontrar objetos valiosos con los que poder pagar lo exigido por el recaudador de impuestos.

Hasta ahora no habían obtenido mucho éxito en ese sentido. Posiblemente el cuerno dejado por la serpiente tuviese algo de valor, y estaba claro que las pocas armas que habían recogido no tendrían un valor suficiente para saldar la deuda. Tampoco la poca información que habían descifrado de las tablillas iba ayudar, les hubiesen tomado por locos si hubiesen explicado al mundo de la posible existencia de seres de otros mundos tal y como se describían en esa escritura tan antigua. Tenían que seguir.

Carl, Dorri y Lorca habían sido los elegidos para extraer el número máximo de cristales, el resto se encaminó hacía las escaleras del fondo de la habitación y descendieron de uno en uno por unas escaleras talladas en la piedra hasta llegar al nivel inferior.

La escalera de caracol conduce hasta una larga y estrecha habitación con una puerta en la pared más lejana. Hay varias estanterías con soldados de arcilla en miniatura y dos mesas con ejércitos de soldados enemigos desplegados alrededor de edificios y colinas.

Voz en off

No había mucho que ver en está sala. Claramente alguien la había dispuesto como sala de mando. La gran mayoría de figuras eran de arcilla, pero habían 4 que no. Destacaban por encima de las demás, posiblemente serían altos cargos en la cadena de mando. Al cogerlas se pudo identificar su material: plata. Esto ya era otra cosa, al fin la expedición estaba obteniendo resultados.

Una vez el grupo se había asegurado que ya no había nada más en la habitación, se dio prisa para avanzar. Las horas pasaban y aún tenían que volver al pueblo para el amanecer.

La puerta se abre para dejar ver una escena sobrecogedora. Ante vosotros se despliega una cámara enorme con tres niveles. Un trono desproporcionado descansa sobre un estrado en el extremo más alejado de la sala. Sentado en el trono hay un caudillo de arcilla parecido a la estatua gigantesca que visteis anteriormente. Una luz pulsante emana de un globo de cristal montado en lo alto el trono.

Bajo el estrado, a ras del suelo, siete estatuas de generales de arcilla permanecen inmóviles. Bajo ellos, en un foso enorme que se extiende a lo largo de la sala, hay un ejército de soldados de arcilla. Hay decenas de soldados desplegados en formación de desfile, pertrechados para la guerra con lanzas y armaduras de barro.

Una quietud absoluta impregna la sala. Es la quietud de la muerte, el silencio de una tumba. De repente, la quietud se rompe cuando el caudillo de arcilla se sacude y alza un brazo hacia sus generales. Entonces, el ejército al completo da un tambaleante paso al frente, rompiendo el silencio con el estruendo de la perdición.

Voz en off.

Al parecer habían llegado al final, ya no había vuelta atrás. La enorme sala estaba encharcada e incluso se podía distinguir alguna que otra gotera, proveniente del techo, pero solo alguien que no tuviese a una horda de guerreros entrenados delante suya se hubiese dado cuenta.

Jack aprovechando la posición inicial y las coberturas que le ofrecían sus compañeros, se dedicó a vaciar su carcaj de flechas a lo que el veía como su objetivo: el caudillo antes que los guerreros les ganasen la posición y les matasen.

Ulfgar con los restos de la puerta quemada improvisó una pequeña barricada mientras Rivera era arrastrado por una figura de arcilla a dentro del foso. Lo que se podría encontrar más adelante sería un cuerpo destrozado por los pisotones de decenas de soldados en el fondo de un lodazal.

En el otro pasillo Cletus y Duro hacían lo imposible para evitar que las figuras saliesen del pozo, pero eran demasiadas. Ya habían algunas que habían subido y se acercaban preparadas para descuartizar al ser viviente que tuviesen delante.

Cada vez caían más agua del techo, lo que antes eran pequeños regueros de agua indistinguibles, ahora claramente se podían ver dos o tres chorros por encima del foso. Las figuras de arcilla aunque inalterables a este echo, algunas ya se habían empezado a deteriorar y lentamente se estaba convirtiendo el foso en un charco pantanoso de arcilla.

No era la noche de Jack, por más que disparase, no acertaba y la situación no parecía que fuese a mejorar: las figuras ya estaban enfrentándose a Ulfgar y aunque habían caído un par o tres, por la sangre que salpicaba no tenía pinta que el viejo enano fuese aguantar mucho más. Era ahora o nunca, Jack tomó aire, dejó la mente en blanco y visualizó el objetivo. Tensó el arco, contó 1…2…3…ahora! La flecha salió a toda velocidad decidida a dar el golpe mortal. Esta se clavó en el ser que gobernaba ese ejercito de golems, dándole descanso eterno a él y a su ejercito.

Una vez liberados del control que los ataba al cacique los soldados se convirtieron en montones de arcilla al instante.

Solo se escuchaba los jadeos de cansancio de los que aun se mantenían en pie y el agua cayendo en el foso.

Una vez recompuestos, el grupo se dividió por la sala para asegurar la zona y de paso encontrar algún tesoro oculto. Lo único aparentemente de valor era el orbe que emitía destellos de luz desde el trono, por lo demás la sala ahora mismo se había convertido en un charco de barro, la cual decidieron abandonar de forma inmediata con intención de volver al pueblo.

Los mineros improvisados habían extraído una buena cantidad de piedras y no habían tenido ningún contratiempo más allá que la piscina se había estado vaciando, facilitándoles la tarea.

Con todo los supervivientes reunidos, decidieron que era momento de volver al pueblo si querían estar en el momento del encuentro recaudador de impuestos.

Salieron del montículo al aire fresco de la noche de verano y dejando atrás toda la violencia y muerte que habían visto y sufrido.